AGOSTO 28
Recordamos hoy al gran San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.
Nació en Tagaste (en la actual Argelia, norte de África), en el s.IV. Vivió muchos años una vida de pecados y sin frenos, momentos en los cuales tuvo un hijo, sin estar casado. Él mismo lo cuenta en su libro “Confesiones”: “Me excedí en todo… Me vencía la vanidad”.
Aún cuando estaba ya próximo a la conversión, esas expresiones mundanas le mostraban su falso brillo, por eso escribió: “Lo que me retenían eran (…) vanidades de vanidades (…). Me sentía aún atado a ellas y lanzaba gemidos llenos de miseria: ¿Cómo, cuándo acabaré de decidirme?¿Lo voy a dejar siempre para mañana?.. No amaba todavía y ya deseaba amar”….
Además, le contaba a Dios: “¡Cuánto he tardado en amarte, oh Hermosura eterna!”.
A los 33 años descubre que la auténtica Verdad, la profunda Vida y la verdadera Felicidad, se llama: Jesucristo, y se hace bautizar por San Ambrosio (Obispo de Milán), porque gracias a su prédicas u homilías fue llegando a amar a la Iglesia Católica.
Poco tiempo después fue ordenado sacerdote y, más tarde, le rogaron que aceptase ser Obispo de Hipona (en la actual Argelia).
Allí cuidó y acompañó mucho a sus feligreses.
Entre sus obras más famosas, se cuentan: “Confesiones”, “La Ciudad de Dios”, “Comentario a los Salmos”, “Comentario a los Evangelios” y unos 500 “Sermones”.
Nos dejó escritas hermosas enseñanzas. Y, justamente por la profundidad de ellas, fue designado, además de Doctor, uno de los Padres de la Iglesia (los “Doctores”, hasta el siglo IV son considerados, también, “Padres”).
Además, nos dejó oraciones como éstas: “Señor, Tú me socorriste (…) ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y valiosa eternidad!.. ¡Tardé te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva! (…). Tú estabas dentro de mí y yo por fuera te buscaba (…). Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera (…). Y deseé con ansia la paz que procede de Ti (…). Por mí mismo viví mal, pero luego en Ti resucité (…). Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto, hasta que no descanse en Ti”…
Por último, San Agustín nos recuerda que nuestra corta vida debe ser una incesante alabanza a Dios y servicio a los hermanos; no buscando ser el centro, no buscando llamar la atención; sino procurando una continua y persistente conversión, un constante querer ser menos pecadores y más virtuosos…
El Señor nos llama y nos espera, para que vivamos vida de fe y amor, en plenitud, ¡no retracemos nuestra llegada a Él! Por eso, nos dice, a cada uno, San Agustín: “¡Canta y camina, Dios está al final de tu camino”…
Y nosotros, sirviéndonos de sus mismas bellas palabras, cerramos esta reflexión orando con uno de sus escritos:
“Dios de la vida, existen días en que las cargas que llevamos, irritan nuestros hombros y nos desgastan.
Cuando el camino parece triste e infinito, los cielos grises y amenazadores; cuando nuestras vidas no tienen música en ellas y nuestros corazones están solitarios, y nuestras almas han perdido el coraje: inunda el camino con tu luz, te suplicamos a ti, Señor; para que vuelvas nuestros ojos adonde los cielos están llenos de promesas”. Amén.
Pbro. José Luis Carvajal